Ayer hablando con mi madre me acordé de un curioso episodio con mi perro que demuestra que, efectivamente, al final los perros se parecen a los dueños.
Para situarse hay que señalar que hubo un año que mi calle estaba llena de obras, incluidas esas pequeñas que se ponen en el suelo para señalar a los conductores que reduzcan la velocidad por obras.
Pues bien, un día que paseábamos los dos por la tarde, mi perro sintió a alguien silbar, por lo que se giró a ver quien era, pero mientras tanto seguía andando, con tan mala suerte que al volver a mirar para delante se chocó contra la señal, el pobre pasó unos segundos como atontando y después de sacudir la cabeza siguió como si nada hubiera pasado.
Nunca pensé que un perro pudiera chocarse andando contra algo, pero pensando en la de veces que me he chocado contra un árbol o contra una farola (más de las que algunos piensan) no lo veo tan extraño .
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